Vivimos una era caracterizada por la velocidad del cambio. En un mundo en vertiginoso movimiento, donde los avances tecnológicos son exponenciales, la necesidad de destacar lo que podemos ofrecer profesionalmente nos impone la búsqueda de un valor agregado que nos distinga.
Se trata de un contexto propicio para buscar respuestas que nos ayuden a no ser excluidos, a estar siempre listos para que el vértigo no nos maree y no nos caigamos del sistema. Esta coyuntura se convierte en campo fértil para la proliferación de expertos en interpretar lo que el mercado demanda. Es así que aparecieron innumerables ofertas de agencias que nos hablan sobre la oportunidad (a un módico precio, por supuesto) de construir nuestra marca personal. Como si fuéramos un auto, un sistema operativo o un paquete de fideos, nos ofrecen encontrar y visibilizar las características necesarias para convertirnos en un producto útil como fuerza laboral. Este argumento es simplemente una falacia ad baculum, es decir, que apela a nuestro miedo a quedarnos sin trabajo, o a no conseguir uno, y nos incentiva a competir con quien está al lado, dado que las marcas que prevalecen son las que ganan la competencia.
Durante décadas, el marketing ha usado y abusado de la prosopopeya (o personificación) para vendernos productos, basado en el convencimiento de que atribuir cualidades o acciones propias de seres humanos a los objetos nos dispondría -a las personas, ya convertidas en consumidores- a identificarnos con ellos y pagar por adquirirlos. Que es una herramienta útil, no cabe dudas. Seguimos pensando que un auto tiene personalidad, un sistema operativo piensa como nosotros o unos fideos tienen sabor a mamá. Con estos antecedentes, hoy el marketing vuelve a la carga para decirnos que debemos cosificarnos, es decir, adquirir de manera externa atributos de los productos comercializables para estar en condiciones de competir en el mundo laboral. En este caso, el principal atributo de un producto es su marca, lo cual implica la identificación comercial primordial para estar en el mercado. La propuesta, entonces, es que salgamos a competir con nuestra marca personal a la cabeza (personal branding), perdiendo el sentido de entramado y el de singularidad.
Cierto es que, si analizamos los procesos productivos del mundo globalizado, notaremos que la desigualdad en cuanto al avance tecnológico es asimilable a las profundas desigualdades sociales. Conviven formas de producción tan arcaicas como innovadoras. No obstante, más temprano que tarde, la revolución tecnológica llega y llegará a cada industria, por lo que es natural (y, por cierto, muy sano) que nuestra aspiración sea ser parte de la innovación que achique brechas y nos permita construir un mundo más igualitario.
Tratar de deconstruir las ideas impuestas por un sistema que colabora en mercantilizarnos, en lugar de generarnos nuevas oportunidades, puede resultar una tarea más que ardua. Sabemos (o sufrimos) las enormes dificultades que existen en grandes grupos de la población para conseguir trabajo. No obstante, estamos atiborrados de gurúes que nos hablan sobre el futuro del trabajo y las posibilidades de que ese futuro -cada vez más inmediato- nos encuentre en un mundo hipertecnologizado. De ser así, los atributos que deberíamos potenciar son aquellos que nos diferencian de productos y máquinas, son los que nos hacen humanos, los que ponen de manifiesto nuestro mejor capital: la empatía, la singularidad, la flexibilidad, la capacidad de adaptación, de trabajar en equipo, de colaboración, la escucha activa y la complementariedad con el otro. Esos atributos nos habilitarán a encontrar espacios de desarrollo productivo, trabajos que nos permitan acrecentar el entramado social, generar oportunidades para que cada vez seamos más los incluidos en un mundo en que las máquinas harán el trabajo duro y las personas seamos necesarias para producir cambios sostenibles para todos.
Somos seres singulares, diversos, únicos. Seres que crecemos y evolucionamos en comunidad.
La colaboración, en lugar de la competencia, nos generará las mejores posibilidades ante los cambios que el mercado laboral nos imponga. Entonces, el desafío no es construir nuestra marca personal. El único desafío real es conservar nuestra propia identidad, esa capaz de dejar nuestra huella en equipos, proyectos y organizaciones.
Nota publicada el 16/02/2020 en Infobae
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